Desde el cambio climático hasta la expansión salmonera están cambiando las condiciones ambientales en los mares de la Patagonia. La investigadora Ana María Ugarte identifica otro fenómeno que crece y agudiza estas transformaciones: la marea roja, que afecta la salud humana y marina y las actividades económicas.
La investigadora del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR2), Ana María Ugarte, ha trabajado buscando las razones que favorecen el aumento de marea roja en los mares patagónicos, agudizando las transformaciones ambientales que ya ocurren en el sur de Chile, de la mano del cambio climático y la expansión salmonera.
En entrevista para la campaña Salvemos la Patagonia, Ugarte identifica las causas naturales y humanas que favorecen estas floraciones de algas, así como los impactos que estas generan y las respuestas que han desarrollado las comunidades.
Desde su experiencia investigando las floraciones algales nocivas (FAN), ¿cómo se vincula este fenómeno con las otras crisis ambientales que están ocurriendo en la Patagonia?
Como muchos sabemos, actualmente tenemos condiciones planetarias y locales en términos ambientales que son bastante complejas. A nivel mundial, la ONU declaró hace un tiempo que estamos viviendo una triple crisis planetaria: cambio climático, pérdida de biodiversidad y contaminación en todas sus formas.
Éste es el panorama global en el que se inserta lo que pasa en la Patagonia chilena. Por ejemplo, en las regiones de Los Lagos y Aysén han disminuido las precipitaciones, mientras que en Magallanes ha habido un leve aumento. Las temperaturas han subido en general, salvo una leve baja en Magallanes. Además, hay derretimiento de glaciares, aumento de la temperatura superficial del mar y afectación de la biodiversidad por la extracción intensiva de recursos, como turberas, pesca de arrastre o acuicultura. También hay problemas de contaminación como la combustión de leña en Aysén o la saturación de residuos en las islas de Chiloé.
En este contexto, las FAN se convierten en un fenómeno que vuelve aún más vulnerable a la Patagonia. Éstas ocurren cuando ciertas microalgas aumentan rápidamente su abundancia por condiciones como alta radiación solar, mayor temperatura superficial del mar, menos precipitaciones, Determinados patrones de vientos y mayor concentración de ciertos nutrientes. Esto afecta la salud humana, organismos acuáticos, actividades económicas como la acuicultura o el turismo. Y se ha visto un aparente aumento de este fenómeno en las últimas décadas, sumando aún más vulnerabilidad a un territorio ya expuesto a múltiples crisis.
¿Qué debilidades ve hoy en la gobernanza ambiental frente a fenómenos como la Marea Roja? ¿Qué rol podría jugar una mayor participación ciudadana en su gestión?
A partir del estudio que hicimos en el CR2, que fue el informe “Marea Roja Global: hacia una gobernanza integrativa de las FAN”, vimos que no contamos con un modelo integral. Hay una fragmentación institucional, y el Estado es el que aparece como principal responsable, con apoyo del mundo científico o privado, pero la sociedad civil está más retirada. La gestión es reactiva, centrada en prevenir intoxicaciones y catástrofe económica, dándole menos prioridad a otros impactos, como los sociales, psicológicos o culturales.
Faltan instrumentos legales que permitan una coordinación real. La fiscalización también es insuficiente porque faltan personas y recursos. Hay esfuerzos importantes, como los del Ministerio de Salud o Sernapesca, pero falta integralidad. La participación ciudadana podría ser clave, sobre todo en fiscalización. En lugares como el archipiélago de Chiloé hay sindicatos de pescadores que actúan como centinelas, Alertando de situaciones necesarias de fiscalizar. Habría que fortalecer esos roles y también incluir a la sociedad civil en el diseño, implementación y evaluación de políticas. En el informe recomendamos crear un comité de gobernanza de las FAN con presupuesto establecido y con participación de actores estatales, privados, científicos y comunitarios.
¿Por qué es importante proteger zonas del ecosistema marino patagónico mediante figuras como reservas o parques nacionales? ¿Qué beneficios traen estas medidas a las comunidades?
La Patagonia chilena representa más de un tercio del borde costero del país. Es reconocida a nivel mundial por su biodiversidad marina y terrestre, sus bosques, turberas, glaciares, fiordos y ríos, además de ser una de las principales reservas de agua dulce del planeta. También es hogar de culturas y comunidades que han desarrollado una relación profunda con este entorno.
Proteger estos territorios es una forma de garantizar resiliencia frente al cambio climático. Aunque la Patagonia ya está siendo afectada, sus ecosistemas aún conservan características que la convierten en un posible refugio climático, para las distintas especies que ahí habitan.
Contamos con figuras de protección como parques y reservas nacionales, que han sido fortalecidas por la nueva Ley que crea el Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas. Estas herramientas legales son clave para conservar los servicios ecosistémicos que sustentan la vida y la economía local: la pesca artesanal, el turismo de bajo impacto, la captura de carbono por bosques de algas, la protección contra tormentas costeras, entre otros. Y lo más importante es que esta protección genera beneficios directos para las comunidades costeras, que pueden desarrollar actividades económicas más sostenibles y seguras en el tiempo.
¿Cómo evalúa que dentro de estas áreas protegidas existan actualmente 408 concesiones salmoneras? ¿Qué efectos pueden tener sobre los ecosistemas?
Es una situación muy difícil. El modelo económico en Latinoamérica es depredador, se expande y extrae sin límites. Eso se ve en la pesca de arrastre, la extracción de turberas, y la acuicultura intensiva. Desde los años 80 la acuicultura en la Patagonia ha crecido sin controles estrictos y sus impactos son acumulativos.
No es mi especialidad directa, pero he leído estudios que documentan eutrofización, escapes de salmones que se convierten en especies invasoras, uso excesivo de antibióticos y alteración de rutas de cetáceos. Una mayor concentración de nutrientes en el agua puede influir en la proliferación de FAN. Tener 408 concesiones en áreas protegidas me parece excesivo y contrario al uso sustentable. Además, desestima el trabajo de movimientos socioambientales, científicos y comunidades que han luchado por proteger estos territorios.
¿Cuál es el impacto social y comunitario de industrias como la salmonicultura en territorios afectados por FAN?
Hay tensiones. La salmonicultura ha traído empleos y conectividad, pero muchas veces empleos precarios con alta dependencia económica. En zonas donde el Estado no llega, las empresas han apoyado con caminos, transporte, salud o educación. Pero hay desencuentros: los daños sociales y ecológicos no se compensan con beneficios económicos. Además, la dependencia de un solo rubro genera alta vulnerabilidad. Finalmente, si el fondo marino se daña y se hace insostenible seguir produciendo, las empresas se van, y la comunidad queda sin sustento.
A nivel sanitario, hay preocupación por el consumo de salmones con antibióticos, y ha habido conflictos socioambientales, judicialización, protestas. Las FAN agravan la situación: afectan los cultivos, aumentan la hipoxia, causan pérdidas económicas. Todo esto puede convertir al territorio en una zona de sacrificio.
¿Qué elementos son clave para avanzar hacia una gobernanza más integrada y justa del mar y las áreas protegidas en Chile?
Hay que fortalecer el diálogo entre ciencia, saberes locales y experiencia institucional. Las decisiones deben ser territoriales, con participación amplia y construidas en base a confianza. Hace falta coordinación efectiva, cambios regulatorios, y un sistema de monitoreo ambiental robusto.
El SBAP y el Sistema Integrado de Áreas Marinas Protegidas podrían ayudar a avanzar hacia un modelo más sustentable. Necesitamos una gobernanza que sea integradora de distintos sectores y saberes, con legislación actualizada, participación activa e inclusiva. Existen ejemplos exitosos de co-manejo, por ejemplo, con pueblos originarios o pescadores artesanales. Es posible avanzar hacia una gobernanza del mar más justa e integrada.
Esta es una nota de la campaña Salvemos la Patagonia, publicada en alianza con El Desconcierto.