En la Patagonia chilena tiene su cuartel general la bióloga Vreni Häussermann, una alemana con nacionalidad chilena que en 1994 vino a investigar este paraíso austral junto con el ecólogo marino Günter Försterra –con quien más tarde se casaría– para ver con sus propios ojos uno de los parajes más salvajes de la Tierra: los fiordos chilenos. El impacto fue total, un amor a primera vista con un territorio de una biodiversidad extraordinaria que, como pudieron constatar, permanecía vastamente inexplorado.
Sin duda, los fiordos no ofrecen una orografía nada fácil de estudiar, pero Häussermann se dedicó a ello con tan buenos resultados que en 2016 Rolex quiso respaldar su labor con un Premio a la Iniciativa: nadie como ella conoce lo que esconde esta área, uno de los hotspots, o puntos calientes de biodiversidad, más importantes del planeta.
Los fiordos de la Patagonia de Chile son los más extensos del mundo
Íntimamente asociados a los glaciares, los agrestes fiordos se hallan en las altas latitudes de ambos hemisferios de la Tierra. Tallados por la acción del hielo durante las glaciaciones del Cuaternario, son profundos valles en forma de U invadidos por el mar, que aquí llegan a alcanzar los 1.300 metros de profundidad. No en vano, los fiordos de la Patagonia de Chile son los más extensos del mundo. «Si de norte a sur ocupan un tramo litoral de unos 1.500 kilómetros, su intrincada línea de costa suma más de 100.000 kilómetros. Casi dos veces la vuelta al mundo», apunta Häussermann.
Esta tierra de mares tempestuosos y cumbres nevadas situada a más de 12.500 kilómetros de su país natal es su hogar y el de su familia. Vreni Häussermann es investigadora y profesora de la Universidad San Sebastián en Puerto Montt, en la región de Los Lagos, y dirigió el Centro Científico de Huinay desde 2003 hasta 2020. Comenzó su labor científica en este rincón del mundo explorando con Försterra la franja de mar a la que podían acceder con su equipo de buceo, los primeros 30 metros de profundidad, a sabiendas de que apenas representaba poco más del 2% del total de la columna de agua.Pero solo en esos 30 metros descubrieron hasta 200 especies desconocidas. Imaginar la totalidad de la biodiversidad que subyacía bajo esas aguas convenció a Häussermann de que se encontraban ante un mundo por descubrir. Los barcos de observación que lo habían intentado hasta ese momento no habían podido acercarse demasiado a las rocas, que es donde más vida hay. ¿Cómo iban a desvelar las profundidades salvajes de la Patagonia? En ese momento, aquello parecía estar fuera de su alcance.
Llegó 2012 y, con él, el inicio de unos episodios de mortalidad masiva que impresionaron hondamente a Häussermann. Más de 10 kilómetros de bancos de corales, compuestos en estas latitudes por organismos adaptados a aguas mucho más frías y oscuras que las de los corales tropicales, quedaron arrasados. Este tipo de arrecifes ocupa un área mayor que sus «parientes» del trópico y conforman importantísimos ecosistemas para muchas especies, entre ellas peces, mejillones, percebes, anémonas, esponjas y gorgonias. En otra ocasión, otro evento anómalo mató también a multitud de sardinas, salmones, medusas, moluscos y grandes ballenas, como el rorcual norteño (Balaenoptera borealis). Vreni Häussermann pudo contar los cadáveres de hasta 360 ejemplares de hasta 16 metros varados a orillas de los fiordos.
Varios episodios de mortalidad masiva en la zona impresionaron fuertemente a Häussermann, que decidió analizar a fondo este ecosistema.
También aquí, reflexiona la bióloga, en una de las últimas fronteras salvajes del planeta, la actividad humana está dejando su huella. El calentamiento global (que acarrea la acidificación y desoxigenización de los océanos), la pesca, las piscifactorías y la contaminación han desencadenado un lento caos. «Solo en 10 años, algunas de las especies más numerosas han disminuido en un 75 %», señala Häussermann, especialmente preocupada por los efectos que acarrea la acuicultura. «Cuando yo llegué apenas había tres granjas. Hoy hay más de una veintena, y esa es una tendencia al alza, pues en esta zona la población humana es cada vez mayor». Esta actividad, añade, provoca graves problemas, como la introducción en el medio de los antibióticos que se suministran a los animales para lograr un crecimiento óptimo, y la emisión de una gran cantidad de nutrientes y sustancias químicas. «Una de estas grandes instalaciones produce tantos residuos como una ciudad de 55.000 habitantes -afirma-. Es como si una pequeña ciudad vertiera al mar todos sus residuos sin tratar. Debajo de las granjas, el suelo marino esta yermo, cubierto por un manto de bacterias blancas». Estos desastres ambientales afectaron de lleno a los pescadores y a la economía local, desatando protestas que engendraron, según Häussermann, el primer gran movimiento ambiental de Chile. Desde entonces, además de investigar, esta mujer tan perseverante dedica mucho tiempo a divulgar los tesoros que ocultan estas gélidas y turbias aguas, dando charlas y filmando esas maravillas para cortos documentales. «Estamos en peligro de destruir un tesoro que ni tan solo hemos alcanzado a conocer».
Afortunadamente, la lucha que esta bióloga enamorada de estos mares del sur libra en los fiordos chilenos fue trascendiendo fronteras y en 2016 Rolex la laureó con el Premio a la Iniciativa, esos galardones que la compañía relojera otorga desde hace ya cuatro décadas a emprendedores de todo el mundo que lideran proyectos extraordinarios para hacer del mundo un lugar mejor. Este premio significó mucho para Häussermann, pues gracias a él pudo llevar un ROV, un vehículo operado a distancia, a lugares remotos para explorar este ecosistema hasta los 500 metros de profundidad, incluso más.
Mientras documenta e inventaría todas las especies que va observando en estos fondos donde gigantescos bosques coexisten con arrecifes de corales y campos de gorgonias, la bióloga lucha para declarar para declarar zonas protegidas que queden a salvo de las inevitables presiones económicas que conducen a la sobreexplotación de unos recursos que deben seguir sustentando a la población local y también a las generaciones venideras. Unos parajes que deben seguir siendo salvajes, porque, como ya en el siglo XIX decía el escritor y filósofo Henry David Thoreau, en la naturaleza salvaje es donde yace la preservación del mundo.
Actualización: Tristes noticias desde Huinay
Cuando este artículo se acababa de enviar a imprenta, Vreni nos comunicó una triste noticia: «Tenemos una horrible marea marrón en el fiordo que ha causado la muerte de millones de salmones por toda la zona. Además, tememos que cuando las algas que conforman esta marea mueran, un proceso que consume mucho oxígeno, se produzca una hipoxia que pondrá en peligro a toda la vida marina».
Las floraciones de algas nocivas (FAN) se producen, por ejemplo, cuando una excesiva emisión de nutrientes en el agua provoca que las algas crezcan sin control, saturando el ecosistema. Algunas de estas floraciones producen toxinas que pueden matar a los animales marinos e incluso causar enfermedades humanas y la muerte en casos extremos. Hay también floraciones causadas por algas que no son tóxicas, pero igualmente consumen todo el oxígeno del agua a medida que se descomponen, lo que acaba también con la vida subacuática. «Dependiendo de las especies implicadas y, por lo tanto, del color de la floración, suelen denominarse mareas rojas, mareas marrones o mareas verdes –explica Häusermann–. Los mecanismos exactos de las FAN aún no se conocen del todo, pero sabemos que proliferan cuando se combinan de forma favorable factores como la temperatura del agua, la salinidad, la radiación solar y la concentración y composición de nutrientes».
En el medio marino hay dos grandes grupos de algas en constante competencia, las diatomeas y los dinoflagelados. El 90% de las FAN son causadas por dinoflagelados, cuyas floraciones se ven favorecidas por la alta salinidad y la fuerte radiación solar y dependen de la disponibilidad de fósforo y nitrógeno en el agua, este último en forma de amoníaco y nitrato. Aunque en los fiordos y canales de la Patagonia chilena suelen dominar las diatomeas, el cambio climático y el consecuente aumento de la frecuencia, la duración y la gravedad de los períodos secos favorece a los dinoflagelados. «Además de estas tendencias climáticas, ciertas actividades humanas como la salmonicultura aportan mucho nitrógeno al agua. Los peces excretan mucho amoníaco, que es un fertilizante, y el amoníaco puede transformarse en nitrato, que también es un fertilizante para estas microalgas».
En el fiordo Comau se han liberado grandes cantidades de materia orgánica debido a la mortalidad de los salmones en los corrales de red y durante su retirada, lo que se suma a la materia orgánica de esta gran proliferación de algas. Si mueren más organismos como consecuencia de la hipoxia, se consumirá cada vez más oxígeno, iniciándose un círculo vicioso. «Para el fiordo Comau, un ecosistema único y frágil, esto sería un desastre. En este momento solo podemos cruzar los dedos para que eso no suceda», dice Häusserman.